jueves, 4 de julio de 2013

Quimeras de una loca




En quimeras te encontrè
pasando la vida inventando
las caricias que ni un santo
podrìan darte a tì.

“¡Estás loca!”
Te decìan,
los que a tì se acercaban
para seguir las pisadas
del fantasma de tu ensueño
que te dijo ser tu dueño
en pesadilla, despierta.

¡Oh! ¿Qué mal habrás hecho?
¿Cuál serà tu historia?
Solo existe en la memoria
de tu pasado incierto
que un hombre por despecho
solo te dijo “¡adiòs!”
causándote el dolor
que hasta hoy te acompaña.


La Soledad. Asì le decìan a Toribia Aurelia Jerez, la tìpica loca del pueblo. La mujer que asusta a los niños y conversa con los viejos. La que cada Navidad lloraba de emociòn al ver las luces de las bengalas y lluvia de estrellas. Esa que, cuando llueve, va a buscar refugio a la puerta de la iglesia y siempre encuentra allì un colchòn y una manta que le deja doña Eva, la que le limpia y plancha al curita.

“¡Sal de aquì, mujer mugrienta!”
Solia decirle su hermana.
Pero nunca se fijaba
que llevaban la misma sangre
y que por loca que fuera
estaba allì a la espera
de un abrazo milagroso.
Un abrazo que le diera
un calor que ni soñaba,
que la encuentre acorralada
de tanto cariño, quisiera.


Pero un dìa pasò lo que tanto temían.
La Soledad se quedò quietita, quietita en la puerta de la iglesia y asì fuè que empezaron a llegar todos los vecinos a observarla, miraban a Toribia Aurelia Jerez, la mujer que en su locura enredaba un amor de novelas. Besos en el aire, caricias en sus caderas y abrazos a desconocidos creyèndolos su amante.
Pero cuando llegò el doctor… no podìa hacerse nada. La Soledad se habìa ido para, quizàs, volver algún dìa vestida de àngel y cuidar de los que tanto la despreciaron, la corrieron y humillaron. Porque “la loca” no era rencorosa, ella decìa :“que la luna estaba allì, para cuidar de los que no sabìan donde esconderse para protegerse de su propia desidia”.
“Que el mar se enojaba cuando a ella la ignoraban, pero que ella no podìa enojarse porque no era el mar”.
“Que la lluvia era el canto del cielo que alegraba a las plantas que se entristecían cuando los hombres malos se reìan de ella”.


Asì callò su voz,
una tarde de primavera
la mujer que en espera,
solo quiso alimentar,
un amor que fue fugaz
pero en ella hizo estragos
esperando los halagos
del hombre grosero y mordaz.

Sin llantos, ni lamentos
se dispuso el entierro.
Solo aplausos de homenaje
hubo en aquel cementerio,
y el silencio en despedida
de la Soledad, que en vida,
supo ser amiga de todos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario