jueves, 4 de julio de 2013

Rosario y Samuel



En un jardín perfumado
de jazmines, lirios y rosas
te busco entre las sombras
de un coposo nogal
que nos sirvió de portal
la noche que te besé.

¿Dónde estás, amor?
¿Dónde?
Te busco sin respirar,
adonde voy no te encuentro.
Mis pies cansados están,
en el silencio te escondes.
¿Es que no quieres venir?
¿Es otra la que se opone?
¡Ya no me mientas mas!
¡Te faltan pantalones!

Rosario corrió hasta el río. Se desnudó y entró en él para poder así, conectarse con sus sentimientos y de ese modo aclarar sus pensamientos.
Nadó…nadó… y nadó.
Ya cansada, agotada por el esfuerzo, salió del agua y se acostó sobre una inmensa roca. Su corazón latía al ritmo de sus pensamientos que iban a una velocidad increíble. Pasaban por su cabeza recuerdos de su infancia y de su adolescencia que se mezclaban con los de su juventud. En ellos estaba siempre él, su amor, sus besos, sus caricias rodeándola por completo.
Su piel se erizaba y sus pechos…. Ah! Sus pechos también!
Cada centímetro de su piel le pertenecía. Cada beso
suyo era para èl. Cada suspiro era por él.
No pudo mas……. Gritó y lloró. Lloró y gritó, sentada y
abrazada a sus piernas con la frente puesta sobre las rodillas. Se repuso. Acomodó su largo cabello del color de la noche que brillaba con la luz del sol.
Volvió al agua.
Jugó con los peces que la rodeaban curiosos. Se zambullía en el agua una y otra vez para sentirse acariciada por ella. Las ramas de los sauces se enredaron en sus cabellos dejando en ellos su aroma de verde que contrastaba con el color almendra de su piel.
Ya era tarde, escuchó ruidos y tuvo miedo…mucho miedo.
Giró su cabeza buscando con su vista las ropas. Las vio, no estaban lejos. Salió del río, se vistió rápidamente y corrió a gran velocidad hacia su casa.
Al llegar encontró a su hombre amado…por el que rato antes había llorado por creerlo perdido.
Lo beso…lo beso mordisqueándole los labios mientras, colgada de su cuello lo enredaba con sus piernas por la cintura. Él aceptó gustoso, pero…de repente la muchacha comenzó a golpearlo.

¡Te busqué y no estabas!
¡Me tienes enceguecida!
¿Podré yo, algún día
saber que me perteneces?
¿O pagaré con creces
este amor de idolatría?

¡Ya no soporto más,
tus engaños e injusticia
de saber que es noticia
que otra ya es tu dueña,
pensando que en ella sueñas
siempre caigo de rodillas!

Samuel quedó callado. No salía de su sorpresa.
Él era un muchacho sencillo, de pocas palabras. Mantenía el orden en su vida de una manera impecable, casi perfecta, pero ella…. No sabía como manejar la situación, se sentía desbordado. Sin mediar palabra se quitó de encima a la chica y comenzó a caminar hacia su casa. Los gritos de Rosario se escuchaban, seguramente, hasta la casa de los vecinos.
¿Cómo podía pasarle esto a él? No sabía que decir, no entendía ¿Por qué ella reaccionaba así? ¿Quién le había dicho semejante cosa?
Eran demasiadas preguntas a las cuales no sabía que responder.
Caminó, y caminó sin levantar la mirada. Pateaba las piedras que encontraba en el camino como para sacarse de adentro la rabia. Y otra vez las preguntas y otra vez el silencio…
El sol comenzaba su despedida, los árboles se veían opacos y en sus ramas, los nidos apretados de pájaros que comienzan a llegar alborotados de alegría al encuentro familiar, piensa.
El ruiseñor sigue con su canto y los otros pájaros, competidores, lo acompañan en ruidosos trinos. Es hora de dejar las labores, los horneros con sus cantos acompañados de aleteos en la puerta de su casa de barro, dan un hermoso espectáculo amoroso al chocar con sus alas a su pareja. Las tijeretas, sin embargo, lucen en vuelos audaces capturando los primeros
insectos de la noche, sin descuidar el nido.
De repente….pst!...pst! Una lechuza parada sobre un poste despliega las alas y vuela hasta un árbol seco.

Pájaros de mil colores,
de vuelo alto y parejo,
es posible que viejo
yo tenga sabiduría
pero hoy, en este día,
no me viene a la memoria
una similar historia
a la que estoy padeciendo,
con gritos, golpes,
tormentos,
sin poderme defender
de esta bella mujer
que me tiene enamorado.

Los sonidos del anochecer se volvían ensordecedores, la  magia de aquella noche cuando se dejó atrapar por los ojos de esa morocha, se esfumaba.
Samuel siempre la respetó, desde el momento en que la besó supo que la amaría para siempre.
Las piernas comenzaban a pesarle, los pasos se hacían cada vez más lentos, era como si no quisiera llegar a su casa para no tener que encontrarse con la soledad de su pieza oscura y húmeda.
De repente… Samuel mira hacia atrás y ve a Rosario correr hasta él.
Se veía con el rostro desencajado, el cabello alborotado y sumamente agitada.

Amor… te pido perdón
por el maltrato que dí.
Es que tengo cicatriz
de otro que en mi recuerdo
me dice que no es cierto
lo que dicen de su amor.

Sé que no lo mereces.
Sé que debo disculpas.
Pero entiende, amor,
me insulta
el pensarte a vos, infiel.

Por eso cada amanecer
me refugio en las penumbras
de pensamientos dañinos,
en vez de escuchar los trinos
de los pájaros cantores
que dan a sus compañeras de amores
en sabio salmo coherente,
que persigue la cimiente
de una vida cadenciosa.

Lloraba tratando de abrazarlo a la vez que Samuel se alejaba caminando hacia atrás. Él trataba de mantenerse tranquilo, no hablaba y su miraba era esquiva.
Pero la hermosa Rosario cada vez se alteraba más. Sus manos temblaban tapando su rostro, los sollozos eran, ahora, gritos cobardes de perdón.
El pobre Samuel sumido en la tristeza de sentirse desafortunado por haber entregado su amor a esta joven tempestuosa, que no supo valorar su entrega, caminaba lentamente alejándose del lugar dejando a Rosario
sin palabras.
Caminó hasta su casa sin poder dejar de pensar en ella. Todos sus pensamientos reflejaban la quietud del lugar.
La primera mirada… el primer beso… las caricias, y …¡uf! La locura del amor de adolescentes que soltaba la mano del niño que fue hasta ese día. Todos sus recuerdos se movían lentamente, disfrutándolos uno a uno.

Cuando eras niña creí,
que nunca me mirarías.
Llegué a pensar que un día
solo serías, distante,
la mujer que en tu talante
a otro daría su amor
sin escuchar al corazón
que sabe dar buen consejo.

Entonces cuando te tuve
en mis brazos de hombre ansioso,
en lugar de dar reposo
a las ansias de mi sentir,
solo quise conseguir
que me amaras, pretencioso.

Llegó a su casa y se tirò en la cama y lloró como nunca antes lo había hecho. Samuel era un hombre poco sensible, pero esta situación lo sobrepasó.
A pesar de que era muy joven, sabía que la vida no era fácil que debía adquirir mas experiencia, pero aún así estaba dispuesto a tratar de resolver todos y cada uno de los problemas que se presentaran para darle a Rosario una vida digna y feliz. Pero no podía dejar que ella lo maltrate injustamente. Los fantasmas de la infidelidad aparecían a cada momento en la vida de la muchacha y eso a Samuel lo dañaba, lo incrustaba en una pared sin poder salir de ella. Se sentía tan indefenso por no poder dar respuesta, que provocaba en él un desgaste de energía que lo dejaba abatido.
Sintió el cansancio y durmió por algunas horas.
Soñaba que Rosario estaba al borde de un acantilado con un vestido de fiesta  color celeste, lo miraba sonriente y extendiéndole ambas manos le decía “Adiós”. Al acercarse él, ella comenzaba a caminar hacia atrás corriendo el peligro de caer al mar, entonces Samuel intenta abrazarla para evitar su caída y no lo logra, Rosario cae por el acantilado perdiéndose en la rompiente. Samuel cubre su rostro con las manos y siente, a sus espaldas, una vos suave que le dice “Samuel, estoy aquí”. Se despierta sobresaltado. El sueño se había
mezclado con la realidad. Rosario estaba allí, metida en su cama, totalmente
desnuda, dispuesta a la entrega para amar otra vez a su hombre.
Samuel salta de la cama sorprendido, no podía creer que Rosario estuviera allí nuevamente, como si nada hubiera pasado.
Fue al patio, se sentó bajo el viejo roble y comenzó a llorar. La joven salió de la casa y se acercó a él. Las manos de ella comenzaron a recorrer su cuerpo, estaba sentada en el suelo frente a él, sin sus ropas, pero vestida de pasión.

_El amor que prometí
ya lo debes olvidar.
Todo fue hecho al azar,
te pido que me perdones.
No tengo los pantalones
que necesito tener,
me debes comprender
y olvidarme, por favor..

_Mi amado, me prometiste
darme todo tu amor,
sin clemencias, ni pudor,
sin aristas que se metan
en la cama que dispuesta
estaría siempre para el amor.

_Pero… Rosario.
¿No entiendes?
Lo nuestro se terminó.
Ya no soporto el dolor
de sentirme fracasado
en tus brazos no he hallado
respuestas a mi cariño,
y me siento como un niño,
apretado de dolor.

_Samuel, te amo.
Y si te parece extraño
este sentir tan mío,
es que tu eres el mar
y yo solo soy río,
y no nos podemos juntar.
En tu gran inmensidad
me siento pequeña y frágil,
por eso reacciono así
ante la mas fina sospecha
de otra que en alerta
este esperándote a ti.

Samuel se puso de pié. Se dirigió a su habitación, recogió las ropas de Rosario y le pidió que se vista y se vaya.
Sin mediar palabra, la joven obedeció y se marchó perdiéndose entre las sombras de la noche.
Rosario estaba aturdida, se sentía en falta, pero también despreciada.. tenía que arreglar la situación de manera urgente, Samuel estaba dolido y le pidió que lo olvidara ¿Qué lo olvide? ¿Cómo se hace para olvidar un amor como ese? Sentía que era imposible, que no podría estar sin él, pero también era demasiado orgullosa para arrastrarse a sus pies, pensaba.

No podría jamás
ir corriendo a sus pies
y mendigarle su amor,
y aunque me cause dolor
solo sería un disfraz
que no podría aplicar
para arreglar la situación.

¡¿Qué cree?!
¿Qué soy tan débil,
que no puedo estar sin él?
¡Ay! ¡No puedo creer
que esto a mí me suceda!
Estoy dando por tierra
todo lo que construí
y dejando cicatriz
de tanto orgullo que tengo.

Samuel estaba muy apenado y también muy atormentado.
Ya no podía dejar que ella lo siga lastimando así. Ya no deseaba componer la relación nuevamente como había ocurrido antes, y antes de antes…
Sabía que Rosario no volvería, que él debería ir a buscarla, como siempre. Pero ahora no estaba dispuesto a repetir la historia, había tomado la decisión de terminar con ella y ya nada lo haría cambiar, debía ser fuerte, lo haría a costas de lo que sea.

¡Ay noche que me escuchaste,
aquella vez que lloraba
pidiendo que me aclararas
si su amor era verdadero!
Hoy te pido, sé sincera
dime si es mejor ir contigo
al encuentro de un destino
que sea mejor que éste.

La noche le respondió con su silencio de heno.
Samuel seguía perturbado por lo vivido. Seguía hablándole a la oscuridad y ésta, no le respondía. El silencio era absoluto, ni los grillos, ni lechuzas, ni murciélagos daban sus conciertos esa noche.
¡Se sintió tan solo! Desprotegido, maltratado, aturdido, desequilibrado, así se juzgaba. Es que Rosario era tan orgullosa y vanidosa, que creía que Samuel nunca iba a dejar de amarla… pero se equivocó, Samuel se cansó y él sabía que Rosario esperaría que él fuera a buscarla, pero ahora no iba a ser así.
Buscó dentro de un mueble viejo que había en su cuarto, un bolso grande, y comenzó a guardar sus ropas decidido a marchar. Ya no quiso pensar en ella, así es que comenzó a proyectarse en otro lugar lejos de allí, quizás en la gran ciudad en otra provincia, bien al sur. Si. Nadie sospecharía que él se iría a un lugar así, no debía decirle a nadie que se marchaba, de ese modo Rosario perdería todo contacto con Samuel.
Cuando el cielo comenzaba a aclarar y las estrellas se hacían casi invisibles, Samuel dio su última mirada a la casa en la que había nacido, donde había pasado toda su infancia y adolescencia. Abrió el corral para dejar ir a las gallinas, soltó el malacara, dejó la puerta entreabierta y comenzó su viaje de ida, sin regreso, sin despedida, sin llantos ni deseos de “buena suerte”. Nadie sabría de su partida ni de su destino.

Al amanecer me voy
sin rumbo, sin despedida.
Solo me acompaña la herida
de haber dado si recibir,
solo me resta partir
sin saber cual será mi suerte.

Creo que no me equivoqué
al tomar esta decisión,
es que tengo honor
no es orgullo ni desidia.
El amor no es solo un día,
el amor es compartir,
no me gusta presumir
ni parecer orgulloso,
pero creo que ni loco
me dejo engañar así.

Ahora me resta olvidar.
¿Olvidarla?
¡Imposible!
Solamente que me muera.
Aunque creo que ni así,
yo podría olvidar
un amor que ha de alcanzar,
en mi vida, un lugar ,
como el que tiene en el altar
mi madre en esta vida.

Y así fue como Samuel y Rosario terminaron con esa historia de amor.
Dicen que ella lo buscó por todas partes, y que cada noche lo esperaba en su casa, por las mañanas daba de comer a las gallinas y llevaba a pastar al malacara. Y que cuando había fiesta en el pueblo, Rosario iba hasta el nogal con la ilusión de volver a encontrar a Samuel, bajo su frondosa copa y allí poder abrazarlo otra vez, mordisqueando sus labios mientras él, apretado a su talle, acariciaba su espalda bajo la blusa.

Fin
3 de septiembre de 2009

No hay comentarios:

Publicar un comentario